Tenían, casi todos, 21 años. También Mayol, el de pantalones marrones, tirado bajo el único lapacho florecido en ese sector del cuartel. Lo acababan de reventar a tiros, pero cada soldado y cada oficial que pasaba a su lado volvía a tirarle. Al pecho, a las piernas, a cualquier lado. Lo importante para ellos era descargar la ira y el miedo (o la pólvora, que suele parecerse a la ira y al miedo) sobre el cadáver de ese soldado topo, ese que durante meses se había vestido como ellos, había comido y dormido con ellos, pero que ahora, ahora que todo había terminado, se revelaba como el montonero que los había entregado.
Fuente: Cadena azul y blanca
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