En La Habana cuentan que Raúl Castro se encontró una vieja lámpara perdida en la azotea del Comité Central, la frotó y se le apareció el clásico genio. “Pídeme dos deseos”, le dijo la criatura. “¿No eran tres?” –preguntó Raúl extrañado. “La situación es muy mala –contestó el genio—y hemos reducido la cuota”. “Muy bien –dijo Raúl–, convierte el Hotel Nacional en un edificio de oro. Lo vendo y salimos de todas las deudas”. “No seas idiota, Raúl –le respondió el genio, que tenía muy mal carácter–. Eso es imposible. Yo soy un genio, no un mago”. Y agregó: “¿Cuándo has visto tú que un edificio se transforme en oro? Pídeme el segundo y último deseo”. Raúl suspiró, pensó un rato, y le dijo: “logra que el comunismo cubano sea eficiente y productivo para poder salir de la crisis”. El genio se le quedó mirando y contestó, resignado: “Bueno, ¿dónde está el edificio ése que quieres que te convierta en oro?”.
Raúl supone que el modelo comunista se basa en ideas correctas hasta ahora mal ejecutadas. Morirá sin entender que las enormes deficiencias del comunismo real son la consecuencia natural de las ideas disparatadas de Marx, Lenin y el resto de los corifeos. Desaparecerá sin comprender el pesimismo del genio de la lámpara.
Por Carlos Alberto Montaner
Fuente: FirmasPress
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