Hasta diez minutos antes de la muerte de Néstor Kirchner, una legión de políticos, periodistas y medios de comunicación hablaban del santacruceño como el hombre que no tenía límites en su ambición de poder, de su proyecto hegemónico, de su falta de respeto por las instituciones, de las sospechas de corrupción… Repentinamente, la muerte lo transformó en el militante, en el hombre que llevaba la política en la sangre, el líder político, el jefe.
Nadie dice que haya que festejar la muerte de una persona ni faltar el respeto al dolor de su esposa, hijos, parientes, pero tampoco parece lógico que la muerte de Kirchner se traduzca automáticamente en una especie de amnistía a las cosas que hizo en vida usando el poder del Estado.
Por Roberto Cachanosky
Fuente: Economía para todos
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