martes, 7 de diciembre de 2010

Yo no fui

El descarado manejo que el poder político y sus secuaces afines al terrorismo, hacen del poder judicial, obligaron al giro de las actuaciones judiciales por el crimen de Silvia Suppo a la justicia federal.
Un hecho de inseguridad cotidiana totalmente esclarecido, con autores confesos y con pruebas irrefutables que brindan elementos de convicción y certeza suficientes para dictar condena, se tergiversa de manera abrupta por la “aparición de un testigo de identidad reservada”.
Ya el delirante periodista de la Agencia de noticias de la “democrática” CTA, Carlos Del Frade había informado que la victima fue muerta por las puñaladas efectuadas por un “experto”.Le faltó aportar el nombre del represor (experto en el manejo del puñal) responsable del crimen. Total en su delirio, escribe cualquier estupidez.
El lector de este blog, Hugo Kofman afirmaba  “Ella fue elegida por los criminales de siempre para tratar de meter miedo a cientos de testigos que aun deben declarar, y por lo tanto para tratar de hacer fracasar a los juicios que están en marcha.” Sin ningún elemento de juicio para esta afirmación, pero total, los medios le facilitan el “fierrito” y le dan cámara.
Quieren negociar la sangre derramada. Quieren plata y de paso cañazo matar dos pájaros de un tiro, demonizar mas a quienes combatieron el terrorismo marxista en la Argentina. Para esto es necesario que el homicidio en ocasión de robo, del que resultó victima Silvia Suppo, sea declarado delito de lesa humanidad. No importa si sus asesinos quedan en libertad, ellos fomentan la inseguridad.
La herramienta, es un “testigo de identidad reservada”. Una persona cobarde, que se oculta en el anonimato que le brinda la “identidad reservada” para hacer una falsa acusación que le redundará beneficios económicos. 
El miserable precio de su conciencia.
La justicia sojuzgada se presta al ruin juego de esta lacra.
¿A quien van a acusar por este crimen?

¡¡¡Yo no fui!!!

Pero pueden acusarme. Están acostumbrados a las falsas imputaciones. La justicia los apaña.

Orlando Agustín Gauna

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