jueves, 14 de noviembre de 2013

Ud. va a ser detenido

El reloj marca casi las doce del mediodía. 
No tuve una buena mañana, debe ser porque el tiempo está cambiando. 
No pude dormir bien a pesar del acondicionador de aire. 
Me levanté antes, me afeité, mientras lo hacía pensé sin saber porque en los tiempos pasados. 
Vino a mi mente el recuerdo de cuando Cadete, las cosas buenas y malas, los rostros de algunos camaradas. 
Los recuerdos tienen esas cosas de venir mezclados y sin orden. 
En algún momento de la afeitada me corté, cuando fluyó la sangre la asocié al instante con la de mis compañeros heridos o muertos. 
Sí, no tengo un buen día. 
Puede ser también porque temprano vino la esposa de un suboficial que tuve a mi cargo, es un tipo correcto, serio, ahora está detenido y la señora viene con regularidad para ver si puedo hacer algo por él. 
Las tostadas se me enfriaron al igual que el café con leche. Le prometí usar alguna de mis influencias pero no lo he hecho, no puedo comprometerme, tengo que cuidar mi carrera. 
Para colmo a media mañana vino ese Coronel retirado que es tan molesto, me habla de las Promociones, de lealtad, de los camaradas presos, de sus familias, en fin un plomo pero finjo escucharlo con interés y al final quiero colaborar con unos pocos pesos para que se vaya rápido pero no me los acepta. 
Para completar hace media hora vinieron los hijos de un Mayor que murió por los setenta, pobre tipo lo tuvieron secuestrado los terroristas y después lo asesinaron. 
Son cosas del pasado, yo no puedo ir a los actos que recuerden a esas víctimas, no puedo arriesgar mi futuro. 
Le digo a mi esposa que prepare mi comida preferida, mientras ella me cuenta de un policía que supo custodiar mi casa, que ayer lo asesinaron cuatro delincuentes por la espalda. Le digo que no es buen momento para ese comentario. 
Llega mi nieta de la escuela, me besa y me hace preguntas sobre la diversidad sexual, no se como contestar, es tan pequeña y le digo que hable con su madre que estoy ocupado. Me dice que bueno pero antes me muestra un libro que le han dado en el colegio y sonriente grita –¡es un soldado como vos!- en la tapa la foto de un conocido guerrillero muerto. 
Suspiro, me dirijo a mi escritorio de donde quité el crucifijo porque allí recibo a gente afín a este gobierno. 
Dios sabe que tengo que cuidar mi trabajo. 
A mi puerta tocan unos uniformados que preguntan por mi, los hago pasar, respetuosamente me informan que vienen a detenerme por orden de un juez federal por una causa de hace treinta y cinco años. 
Llamo urgente a mi jefe, un general un poco más antiguo que yo, pero no me atiende, su celular está apagado. 
No se porque me viene en mente áquel general subido al banquito descolgando un cuadro. 
No puedo creer lo que me está pasando, mi esposa se descompone, yo siento que estoy en el aire. Mientras me llevan esposado pienso que hoy realmente no tuve un buen día. 
Tal vez si hubiese sido menos indiferente este final anunciado que no supe o no quise ver, nunca hubiese ocurrido. 
Parece que mi conciencia al fin se despierta, avergonzado y triste bajo la cabeza. 
No sólo he perdido mi libertad, lo que más duele es haber perdido mi dignidad.

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