sábado, 27 de marzo de 2010

¿Todo justifica un corte de calles?

Es difícil determinar una escala de valores para decir si tal o cual corte de calles está justificado. Para los docentes que reclaman por sus salarios, su causa es la más justa; para los médicos que demandan mejora en las condiciones laborales, su situación no da para más; para los integrantes de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), su postergación social es insostenible; para los que se quedan una semana sin luz, la vida se hace imposible, y podríamos seguir indefinidamente enumerando situaciones que ponen a la gente al límite de la protesta y la empujan a la calle para hacer saber a todos (no sólo a los funcionarios que toman decisiones políticas) que la están pasando mal y que necesitan que se ocupen de ellos ya. No mañana, no la semana que viene, sino ya.
No es que ignoren la ilegalidad de la medida, pero ante la impotencia que genera la falta de respuesta de quienes deben resolver cada uno de los problemas, todos se lanzan a la calle y queman cubiertas, e interrumpen el tránsito para que se sienta, para que moleste y con la presión de todos (de los directamente damnificados y de los que padecen las consecuencias de los cortes) quizás logren lo que de otra forma, probablemente no conseguirían.
Si ilegal es el corte de calles, también es ilegal que no tengamos vivienda ni trabajo, a pesar de ser un derecho constitucional”, se quejan los integrantes de la CCC. “Es ilegal que cortemos la calle –dicen los profesionales de la salud– pero si algo le pasa a un enfermo por la falta de insumos con la que estamos trabajando, quién nos cubrirá de las responsabilidades”. Y así, cada sector tiene sus fundamentos (discutibles, como todo) para justificar la acción de interrumpir el tránsito con la finalidad de llamar la atención sobre lo que les está pasando.
Pero lo que tal vez no previmos es el desarrollo inusitado que iba a tener la “cultura del corte” en la sociedad como forma de manifestación casi natural. Y un ejemplo lo constituyen los festejos de los estudiantes que celebran su arribo al 5° año de la secundaria (legítimo) cortando la calle en forma imprevista, en horario pico, complicando la vida de un montón de gente.
Este
mediodía, Balcarce al 1.200, la cuadra del Superior de Comercio (y las manzanas circundantes) eran un infierno, porque los chicos de 5° habían decidido festejar con corte de calle. Era jornada de paro municipal, por lo cual tampoco había inspectores de tránsito que avisaran 100 ó 200 metros antes a los automovilistas que no iban a poder circular por allí. Entonces decenas de colectivos, autos, motos, y camiones de reparto, entre otros, confluían en un tormentoso cuello de botella en el que todo valía: insultos, bocinazos, pasar con el semáforo en rojo, tirarle el auto encima al de al lado para pasar antes que se termine el verde, etc.
Pregunta: ¿es necesario embromar a tanta gente para demostrar la felicidad propia? ¿No se puede elegir un punto de concentración como un parque o un espacio público abierto, sin tránsito, para celebrar? ¿Es lo mismo cortar la calle por una situación extrema de pobreza que hacerlo para demostrar la dicha de terminar la escuela, aunque en ambos casos esté prohibido hacerlo? Es evidente que no. Un desocupado está desesperado por sobrevivir y el estudiante de 5° sólo quiere festejar. No le importa cómo ni dónde.
Estamos viviendo tiempos de cambio y cuando esto sucede, todo (hasta la escala de valores) tambalea, a veces para bien, y otras no tanto. Hoy, un automovilista enfurecido le decía a otro: “me gustaría que estuviera acá, embotellado como nosotros, alguno de los padres de éstos que se sienten dueños de todo. Lo primero que harían es llamar al 911, o a
la GUM o a toda la fuerza pública para que liberen la calle y se respete su derecho a circular. Estamos todos locos, hermano. Estamos todos locos”.

Por Claudia Bonato


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