DESDE 1983
Vivimos con miedo y cada día con menos libertad. Quizás, padecer hambre sea peor. Empero, es innegable que sin libertad y con miedo no es vida.
La delincuencia común se ha desbordado. Potenciada por la droga y el alcohol y, también por el pésimo ejemplo que derrama la cumbre político-social – que practica la otra delincuencia, la de modos ‘pulcros’, sustentados por estudios universitarios y altas influencias interconectadas -, la criminalidad es cada vez más violenta y desmadrada. Por eso aterroriza.
Estadísticas confiables nos dicen que llevamos en la columna de los débitos 35 mil muertos desde 1983 a manos de estos marginales antisociales. Es un número abrumador. Al terror le sumamos esta cifra aterrorizadora.
Muy grave es que el delito progresa, lejísimo de ser acotado. En 2011, en la provincia de Buenos Aires, se abrieron 627.995 causas penales. Si tenemos en cuenta los miles de crímenes no denunciados y que sólo estamos refiriéndonos a uno de los 24 estados argentinos, podremos dimensionar la colosal envergadura del delito.
En el ámbito bonaerense los robos a mano armada se incrementaron un 46% y los homicidios un…¡95,6%!.
Más de la mitad de las causas iniciadas en 2011 tienen como imputado a ‘NN’, lo cual habla con la elocuencia de Demóstenes que están fallando la policía y la Justicia, Una porque no sólo no previene, sino que ante el hecho consumado no logra individualizar a los autores. La otra, porque se limita al papeleo, carente de una Fiscalía como la de las películas – que refleja bastante la verdad de la actividad jurisdiccional allá en el Norte -, esa que tiene investigadores de calle – no de escritorio – que bucean, fisgonean, indagan, investigan y obtienen lo que es ineludible encontrar: los responsables de los crímenes.
Hay una matriz putativa del delito: la impunidad. El 96% de las causas penales no llega a la condena, perdidas en los laberintos de un variopinto conjunto de factores. Ama y señora, la impunidad alienta al delincuente: “acá no pasa nada” (salvo las consecuencias lacerantes de las muertes de buena gente…).
Carecemos de planes para reformar a las policías y a la justicia. Ni siquiera se habla de todo lo que hay que hacer – y se puede hacer – en el servicio penitenciario. Nada se intenta para que el instituto de la excarcelación tenga un eficiente control y sirva para resocializar al beneficiado con la libertad condicional. El Patronato de Liberados es un pomposo nombre para un organismo burocrático atenazado a los escritorios, sin labor de calle ni de real seguimiento. Ese condenado que cumplió su pena y vuelve a la libertad debe ser vigilado para que el tránsito entre las rejas y el sol sea normal, gradual y socialmente útil, para todos y para él. Son funciones que el Patronato cumple sólo en los papeles, llenos de sellos y firmas, pero vacíos de controles efectivos.
Para “frutilla” de este venenoso postre, aparecen los garantistas, premiados por abundantes invitaciones a los programas de televisión. Son tan osados estos personajes que llegan a decirle a la madre del chico Urbani, asesinado en Tigre, hace cuatro años: “señora, su discurso es fascista”. La madre se había limitado a sostener que pretendía que los asesinos de su hijo cumplan la totalidad de su condena, sin chicanas procesales que los pongan otra vez en la calle prematuramente.
Esto de que para enmudecernos – e imponer el discurso-relato único, pariente de primer grado del totalitarismo – endilguen a cualquier propuesta, idea o pensamiento disonante con el oficial eso de ‘fascista’ y hasta ‘nazi’ es literalmente repugnante. Están usando los sentimientos sanos y universales que rechazan la discriminación racial para obtener un fin perverso: acallar toda disidencia, es decir imponer un régimen primero autoritario y luego, en un proceso natural degradante, totalitario.
Se ha destratado tanto a la policía – magnificando sus lacras ( las que no se erradican, por otra parte) y manteniéndola en un estado de creciente desarticulación, con el ingrediente nefasto de que nada a fondo se encara para reentrenarla en su profesionalidad y para jerarquizarla en su prestigio institucional – que los agentes suelen mirar para otro lado ante la flagrante comisión de los delitos. Se ha soliviantado a la policía. Se le ha quitado actitud y por supuesto el orgullo de ser.
En rigor, esos males – pérdida de actitud y de orgullo de pertenencia, así como de amor por nuestro trabajo, por lo que hacemos todos los días – se extienden a todos los planos del quehacer colectivo.
¿Política de Estado de Seguridad? Yo, si fuera ministro, estaría avergonzado de no promover una estrategia común para combatir al crimen y darnos seguridad a los argentinos ¿Podríamos tener esa Política de Estado? ¡Claro que sí! 35 mil muertos se revuelcan en sus tumbas pidiéndonosla.
Lo que se puede hacer desde la banca, lo hacemos y lo haremos. Por ejemplo, este clamor.
Por Alberto Asseff
Diputado nacional por Compromiso Federal UNIR
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