Sentado en mi lugar preferido del bar, miro por el vidrio empañado mientras la lluvia cae, a veces suave como si quisiera acariciar la calle, a veces con una furia incomprensible.
El reloj me dice que la tarde ha muerto, las primeras sombras que la noche está al llegar.
Mi mirada recorre indiferente el paisaje urbano hasta detenerse en un contenedor de basura, pero no son los desperdicios los que han llamado mi atención.
Sobre el triste recipiente hurgan algunas personas buscando las sobras de los que más tienen, aunque sea un poco más que ellos.
No puedo apartar mi mirada sobre esos que buscan con silenciosa desesperación, resignados a su suerte.
Siento que mi corazón es apretado por una angustia que casi ahoga, una tristeza rabiosa me va creciendo, mis manos estrujan sin darse cuenta el diario del día donde la presidente me mira sonriente diciendo que la Argentina vive días felices.
Trato de mirar hacia otro lugar pero mis ojos vuelven hacia al contenedor, ya no están esos pobres buscadores de miserias, pido otro café como si fuera a ayudarme a olvidar.
El mozo me lo trae, no se que me dice porque allí de nuevo aparecen sombríos personajes que buscan persistentes lo que pudieron pasar por alto sus predecesores, restos de basuras de otras basuras, terrible el momento, horrible la vida sin vida de esa pobre gente.
De mis ojos algunas lágrimas caen sobre ese mismo diario, donde la presidente me mira sonriente diciendo que en el país ya no hay indigentes.
Sigo mirando a través de este vidrio que me engaña ocultando mis lágrimas detrás la lluvia.
He perdido la noción del tiempo, sólo se que hace un par de cafés que estoy aquí en este lugar.
Como si fuese una pesadilla que se repite veo otra gente que llega a la misma basura tan manoseada, tan desechada, tan necesitada.
Esta vez parece ser un matrimonio con dos pequeños que sentados en un carro parecen ignorantes de tanta miseria mientras sus padres buscan algo parecido a un sustento.
Pienso que suerte tienen algunos sin saberlo, irremediablemente recuerdo a mis nietos que a esta hora deben estar al calor de sus hogares.
Es curioso, ni el vidrio del viejo café ni mis ojos ya están mojados, siento una rabia sorda que crece en mí mientras mis manos rompen, primero con lentitud, después aprisa, el diario donde la presidente me mira sonriente diciendo que la vote para profundizar el cambio.
Salgo a la calle, respiro profundo pero el aire parece enrarecido. Camino algunas cuadras sin sentido, veo otro contenedor, me detengo ante él, lo miro con curiosidad como si fuera la primera vez que veo algo así, desde algunos metros me observa otro buscador de basura tal vez esperando que yo arroje algo que le pueda servir.
Siento que me cuesta respirar cuando llega el camión que recoge la carga de los contenedores semejante al gran depredador que reclama su derecho a la gran tajada de una presa maloliente.
Llego a mi casa, me derrumbo en un sillón y prendo el televisor tratando de olvidar, pero Dios parece empeñado en hacerme comprender alguna cosa, allí desde la pantalla la presidente me mira llorando, aumento el volumen pues creo que ella llora por esos desamparados que recorren las calles hurgando en la basura. Entonces la escucho decir que lo hace recordando a su marido muerto “que le gustaban las empanadas y no el locro”.
La presidente me mira llorando y yo comienzo a reír como un loco...
Dario
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