Sentado en el umbral de mi casa, con las piernas estiradas, con los brazos cruzados, veo pasar la vida del barrio.
Pasa doña María muy temprano para hacer sus compras, lleva el dinero ,casi justo, en un extraño monedero oculto bajo su ropa que cuelga de un fino cordón de su cuello, ni bolso, ni cartera, ni siquiera luce en su mano el anillo de casamiento, ni aquella cadena de oro con una medalla que le regalaron sus padres.
Saluda presurosa un "¡buen día!" mirando desconfiada a un muchacho que lleva puesta una gorra oscura, pantalones grandes que no llegan a los tobillos y zapatillas que aparentan ser caras, pero no tiene tiempo para seguir viendo ya que su mirada inquieta se fija en otros dos que vienen en una bicicleta, uno de ellos sentado en el manubrio, pero se sobresalta cuando una moto pasa muy cerca de ella.
Sentado en mi umbral, quieto, la miro pasar.
Pasa mi vecina acompañando a su hija que debe ir a estudiar, no es muy distinto su comportamiento al de doña María, sólo que lo preciado camina a su lado.
Sentado en mi umbral, quieto, las miro pasar.
Pasa un señor desprevenido hablando por celular, al rato pasa corriendo detrás un chico que se lo robó.
Sentado en mi umbral, quieto, sólo encojo las piernas para dejarlos pasar.
Estaciona enfrente un auto con vidrios polarizados, suena fuerte una cumbia de "Los pibes chorros" ,bajan tres raros señores mientras uno queda al volante con el motor encendido, parece no importarle gastar la cara nafta que consume, con miradas furtivas recorren la zona, sacan armas de entre sus ropas y entran presurosos a un supermercado que está justo al lado de mi casa.
Sentado en mi umbral, quieto, escucho los disparos.
Llega luego la ambulancia y con ella los curiosos vecinos, veo patrulleros arribar con luces rojas que giran incesantes y sirenas aullantes del que bajan policías, uno me viene a preguntar si he visto algo.
Sentado en mi umbral, quieto, digo no.
Renace la calma en mi barrio, la vida sigue jugando a ser vida mientras la ambulancia un muerto se lleva, las vecinas comentan lo bueno y trabajador que era el que murió, que suerte tuvo el carnicero que una de las balas lo hirió un dedo arriba del corazón, que la cajera se desmayó del susto o por un golpe en la cabeza que uno de los ladrones le propinó, que el más violento era el que un menor parecía.
Sentado en mi umbral, quieto, veo a los nuevos vecinos.
Reciben a quienes deben ser sus amigos y parientes, llegan a todas horas de noche, a todas horas de día, autos nuevos y viejos, en moto, bicicleta o a pie, de todas las edades, de diferentes estratos sociales, parecen no querer molestar pues llegan y enseguida se van muy alegres. Ayer un policía de civil que dijo ser de una sección de drogas me preguntó si había notado movimientos raros en esa casa.
Sentado en mi umbral, quieto, respondo que no.
Llega a mi casa un señor ofreciendo subsidios por mi quietud, le interesa además que vote a una presidenta que hace poco enviudó, me habla de las bondades de su gobierno, de la justicia, de su lucha por los derechos humanos. Debe ser cierto lo que dice porque lo saludan con mucho afecto los nuevos vecinos de la casa de enfrente, también desde un coche con vidrios polarizados y un chico que me parece conocido le regala un celular.
Sentado en mi umbral, quieto, digo que sí.
Hoy debí cambiar mi rutina, tuve que dejar de estar quieto para ir al funeral de mi hermana, dos tipos en una moto quisieron arrebatarle la cartera, ella la aferró porque llevaba su mínima jubilación y la arrastraron muchos metros mientras su cabeza golpeaba por la calle.
Los ladrones fueron detenidos de manera rápida pero me avisaron que un juez de garantías los deja en libertad ya que su intención no era matar, que además son víctimas de una sociedad que los convirtió en lo que son.
Cuando regresé a mi casa la puerta estaba forzada, me habían robado los artículos del hogar y mis ahorros.
Frente a mi hogar violado vi a un vecino de toda la vida, que sentado en su umbral, quieto, me observaba.
Le pregunté si había visto a quienes me habían robado.
Me miró fijo a los ojos, sonrió burlón y amable me dijo que no.
Siguió quieto sentado en el umbral de su casa.
Nunca más pude volver a sentarme en el umbral de mi casa, quieto, viendo pasar la vida.
Dario
Dario
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