Esta semana, distintos medios de comunicación, especialmente de tinte oficialista, no han cesado de “acusarme” por haber participado y difundido los últimos “cacerolazos” en Capital Federal.
Al parecer, sigo perteneciendo a una categoría distinta del resto de los mortales.
Al cercenamiento de mi libertad de pensamiento y de expresión, hoy siento que tampoco tengo derecho a protestar.
No pido que me aplaudan por agitar la cacerola, pero al menos me gustaría que no se descalificara mi persona. Me parece buenísimo que otros ciudadanos, conformes con los actos del gobierno, expresen sus razones para oponerse a los cacerolazos. Pero no entiendo por qué, para argumentar en contra de la protesta, se termine agraviando a los que así desean expresarse. Según estos medios, quienes se oponen a las decisiones gubernamentales son todos fachos, gorilas, procesistas, y en mi caso particular, se le agrega el clásico “defensora de genocidas y represores”.
En muchas oportunidades dije y vuelvo a repetir que no estoy de acuerdo con la política de derechos humanos llevada a cabo por el gobierno, ya que constituye una visión parcial de la historia que no reconoce a las víctimas del terrorismo. Porque en nombre de la justicia se termina violando la Constitución Nacional y las Leyes en los juicios seguidos contra militares, policías, fuerzas de seguridad y civiles que participaron en la guerra contra el terror organizado. Para los medios oficialistas pensar así es estar de acuerdo con la dictadura y ser defensora de genocidas. No entienden que trabajo por el respeto a la ley y la Constitución porque si hoy se viola la ley para ellos, mañana se puede violar para cualquier ciudadano.
Parece que por pensar de esta manera no tengo derecho a manifestarme en un cacerolazo, diciendo BASTA de corrupción, de inflación, de inseguridad…
En los últimos años, mi familia fue perseguida por pensar distinto, haciéndole perder a mi marido el trabajo en tres oportunidades.
La primera vez fue en marzo de 2005, cuando difundí en forma pública una “Carta abierta al Comandante en Jefe de las fuerzas Armadas”, defendiendo la continuidad de Monseñor Baseotto como Obispo Castrense. En esa misiva cometí el terrible pecado de expresar lo que pensaba, diciendo cosas como esta: “Con mucha indignación, como esposa de un Oficial del Ejército Argentino, me siento en la obligación moral de expresarle a nuestro presidente el sufrimiento y la desazón que puedo observar en muchos hombres de armas, como consecuencia de la situación creada en torno a la remoción de Monseñor Baseotto… Creo que usted se está equivocando y mucho... Usted no tiene el menor derecho a remover al Obispo Castrense de las Fuerzas Armadas. Creía yo que los tiempos de la Monarquía Absoluta habían terminado, pero parece que en Argentina la cosa no es así… No se meta en un terreno que sólo puede crear división, no se equivoque de época, no estamos en el tiempo de los emperadores, usted no puede hacer lo que quiera... Vivimos gracias a Dios en democracia, y usted debe ser el primero en aceptar y respetar a las distintas instituciones que cumplen su cometido... Nuestro país necesita que todos los sectores nos aunemos en un proyecto común... no exaspere los rencores y las divisiones... no violente las conciencias... porque los creyentes no estamos dispuestos a pasar por alto cuestiones que atañen a la fe y a los principios...”
La segunda vez que perdió su trabajo, fue cuando me acompañó a un programa de televisión, titulado “Tres Poderes”, donde juntos volvimos a cometer la terrible locura de expresar lo que pensábamos.
Y la tercera, fue hace unos meses atrás, por una llamada de “arriba” diciendo al empleador que no podía comprender cómo podía trabajar para él el esposo de una defensora de los clásicos genocidas. Todo esto fue -y es todavía- muy duro para nosotros. Tuvimos que volver a empezar de cero, no cómo recién casados sino con la responsabilidad de siete hijos maravillosos, que siempre nos han apoyado en todo. Tuvimos que volver a pensar cómo pagaríamos la escuela de los chicos, el alquiler del departamento, la comida de todos los días… Todo por animarnos a pensar distinto que el poder de turno. Parece que estoy condenada a cerrar la boca en un país que supuestamente vive en democracia. ¿Qué por qué participo en los cacerolazos? ¿Les parece poco? ¿Alguien puede privarme el derecho de protestar? Miren sino tengo motivos para agitar la cacerola…
Y en última instancia, no hago más que seguir el ejemplo de un presidente, que por otra parte fue el principal responsable de nuestros desvelos. Decía el extinto emperador que él no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la casa de gobierno…Yo no hago más que seguir su consejo: Me niego a dejar mis convicciones escondidas en el ostracismo del hogar. Me niego a entregar mi libertad al estado. Y sé que más tarde o más temprano, como en los cuentos de hadas, este régimen de opresión habrá terminado. Y el apellido Kirchner muy pronto será olvidado, porque en el recuerdo de las generaciones sólo permanecen aquellos que entregaron algo de su vida… Y los Kirchner no han hecho otra cosa que quedarse con todo lo nuestro. Nos robaron nuestros sueños, se apropiaron de nuestra historia, se quedaron con la república, nos quitaron la justicia…y como si esto fuera poco… se hicieron millonarios usando el poder en beneficio propio… y todo eso en nombre de la memoria, la verdad, y la justicia…
Cecilia Pando
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