Breve manual para robar en la función pública
“Si no la ponemos nosotros, no la ponen los empresarios y
nadie mantiene todo esto”, dijo la Presi como si cada obra la pagara de su
bolsillo.
Extrañamente, la guita sale del Estado y va a parar a algunos
selectos bolsillos, pero de un modo difícil de entender. Robar en la función
pública es todo un arte en el que no todos saltan a la fama internacional, pero
muchos hacen su mejor esfuerzo para luego quedar en el más cruel de los
anonimatos.
Durante la gestión de Romina Picolotti, el país se dividía
entre los que ya llevábamos un posgrado en putear al kirchnerismo y los que no
se enteraban que nos gobernaba la selección nacional de amigos de lo ajeno. La
gestión de Picolotti era casi monacal en comparación con lo que hemos visto
después. O sea, cuando Cristina le ordenó a Sergio Massa que le pidiera la
renuncia a Picolotti, Ricardo Jaime ya tenía un yate, un departamento en
Brasil, quichicientas propiedades y más cuentas que cuaderno de tareas de
alumno castigado. Sin embargo, Picolotti no se fue por sus manejos: la mina del
look de corte de agua y ausencia de jabón fue cuestionada durante 2 años y
medio por haber nombrado a más de trescientos empleados en su Secretaría, en su
inmensa mayoría, familiares, amigos, familiares de amigos y amigos de
familiares.
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